Textos de Opinión Pública: Parte 1.
- talleresrn3
- 21 ago 2023
- 21 Min. de lectura
ACTIVIDAD:
LEÉ LOS TEXTOS Y RESPONDÉ A LAS PREGUNTAS DISPUESTAS AL FINAL DE CADA UNO.
Bohoslavsky, E. & Morresi, S. (2016, August 16). El partido PRO y el triunfo de la nueva derecha en Argentina. Journals. https://journals.openedition.org/alhim/5619
La crisis de 2001 en Argentina tuvo un fuerte impacto a nivel económico, social y político. Desde la óptica de los fundadores de PRO, esa crisis era terminal y el siglo XXI requería un auténtico “compromiso para el cambio” (de hecho, con ese nombre nació el partido). En parte por ello apostaron a una construcción heterogénea y pragmática. A diferencia de otros partidos de derecha anteriores en Argentina, PRO no se diseñó como una fuerza ideológica, con el fin de adoctrinar a la sociedad o insertar sus cuadros en un gobierno ajeno (civil o militar), sino que nació con la vocación de ser una alternativa electoral. Por ello cortejó a votantes con ideas e intereses diversos e incorporó en sus filas a líderes y activistas con recorridos y metas distintos (Morresi y Vommaro, 2014).
Poco antes de la renuncia del presidente Fernando de la Rúa (1999-2001), los empresarios Francisco De Narváez y Mauricio Macri convocaron a expertos, activistas políticos y sociales para discutir sobre el futuro de Argentina y diseñar proyectos de políticas públicas en el marco de la Fundación Creer y Crecer. La popularidad de Macri, quien entonces presidía el club de fútbol Boca Juniors, era lo suficientemente alta como para que, en medio de la crisis, le ofrecieran postularse como candidato a presidente por el peronismo. Pero Macri declinó las invitaciones y optó por construir su propuesta, con base en la CABA, confiado en que la gestión le permitiría crecer de un modo similar a que lo había hecho el Frente Amplio en Uruguay (Vommaro et al., 2015). La opción por la ciudad capital no era casual. Tradicionalmente el voto porteño se orientó a fuerzas distintas a las que eran mayoritarias a nivel nacional, era reacio al peronismo y apoyó a casi todas las terceras fuerzas políticas (De Luca et al., 2002). Por otra parte, la crisis partidaria de comienzos de siglo afectó mucho a la CABA (Bril Mascarenhas, 2007), por lo que varios militantes porteños se vieran atraídos por Macri y los pronósticos de buenos resultados electorales augurados por las encuestas. La afluencia de políticos experimentados a PRO no debe subestimarse. La creación de un partido político es una tarea ardua que requiere el apoyo de un complejo sistema de redes (expertos, liderazgos territoriales, apoyo económico, logística). Aunque el costo de su reclutamiento suele ser alto, tras la coyuntura crítica de fines de 2001, muchos de esos recursos quedaron disponibles de forma repentina y PRO les supo dar cobijo a ellos y a sectores de la clase media sin experiencia de movilización, que se sintieron interpelados a participar (Vommaro et al., 2015). Los sectores que se incorporaron al nuevo partido pertenecen a dos grandes grupos. El primero está compuesto por políticos experimentados, provenientes de la UCR, el peronismo o los partidos liberal-conservadores. El segundo está formado por quienes, sin un recorrido partidario previo, se sumaron tras su experiencia en el mundo de las Organizaciones No Gubernamentales, las fundaciones, los think tanks, las grandes empresas o el ethos emprendedorista (Morresi y Vommaro, 2014).
En su debut electoral en 2003, PRO triunfó en la primera vuelta, pero fue derrotado en el ballotage. Pese a ello, el partido se consolidó en la oposición (Mauro, 2005). En 2007, se consideró la posibilidad de que Macri “subiese” a la contienda nacional, pero las condiciones que habían facilitado el ascenso del partido en la CABA no estaban presentes en las demás provincias. Muchos liderazgos locales habían sobrevivido a la crisis de 2001 y no estaban disponibles para ser captados y, además, en el interior, el voto peronista es más fuerte y estable (Torre, 2003). Por otra parte, el relativo éxito del gobierno nacional (en manos del peronista Néstor Kirchner, 2003-2007) tornaba ardua la tarea de implantar a PRO en otros distritos. Para acelerar el proceso de expansión territorial se buscó ampliar el marco de alianzas y se apostó a un frente de centroderecha que incluía a otras figuras, pero finalmente Macri decidió concentrarse en la CABA. Ello le permitió convertirse en Jefe de Gobierno en 2007 (45% de los sufragios en el primer turno y 61% en el segundo) en parte gracias a un desplazamiento de su perfil público hacia el centro (Vommaro et al., 2015).
Más adelante, con las miras puestas en 2011, PRO ofreció su nombre para la construcción de otros emprendimientos políticos localizados, esperando hacer pie en territorios donde no contaba con tropa propia. El partido dio su aval a políticos que tenían sus propias agendas, a condición de que adhirieran de forma más o menos laxa al liderazgo de Macri. Pero el planteo no arrojó dividendos: fueron débiles los avances electorales y muchos de los nuevos socios se revelaron poco confiables. Por eso la dirigencia central de PRO intervino las filiales de varias provincias para desplazar a los referentes locales y reorganizar el partido en consonancia con la estrategia nacional (Vommaro et al., 2015). En 2011 Macri tampoco se candidateó a presidente: prefirió asegurar su continuidad en la CABA (fue reelecto con el 47% de los votos en el primer turno y el 64% en el segundo) y ensayar nuevas estrategias para conseguir que su partido germinase en otras latitudes. Para ello comenzó a desplegar dos planes de acción con miras a las elecciones de 2015. El primero fue convocar a emprendedores sociales, empresarios o simplemente figuras de conocimientos masivo para que se “metieran en política” y defendieran los valores de PRO en sus distritos. El segundo radicó en una cuidadosa elección de alianzas con líderes políticos de raigambre distrital y proyección nacional que permitieran a PRO conservar el delicado equilibrio que mantenía desde 2003 que le ha permitido ser un partido de centroderecha que cosecha votos tanto de electores auto-definidos como antiperonistas como de los que se reconocen como peronistas.
A pesar de las presiones de los medios de comunicación enfrentados con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011), como el diario La Nación, en 2015 PRO decidió no aliarse a ningún sector peronista con peso electoral y optó por una fórmula presidencial “pura”, compuesta por dos porteños: el propio Macri y su anterior vicejefa de gobierno en la capital, Gabriela Michetti). Al mismo tiempo, cortejó el voto peronista (fragmentado entre quienes apoyaban o se oponían a la continuidad del kirchnerismo) y buscó alejarse del perfil derechista tradicional mediante gestos de alto valor simbólico (por ejemplo, aseguró que su principal objetivo era reducir la pobreza y que mantendría las políticas públicas redistributivas implementadas por el gobierno de Fernández de Kirchner). De este modo, PRO logró enmarcar la elección de 2015 en torno de la oposición entre lo viejo y lo nuevo (el nombre "Cambiemos" no fue casual) y la alejó de los clivajes izquierda/derecha o peronismo/antiperonismo. En ese año PRO obtuvo un importante apoyo entre votantes tradicionalmente peronistas (por ejemplo, en los sectores populares de los municipios adyacentes a la CABA), en la mayoría de los centros urbanos, en las provincias económicamente más dinámicas, pero también en otras más pobres. Esto le permitió un buen desempeño en la primera vuelta e imponerse en el ballotage con el 51% de los votos. Es por ello que es posible sostener que PRO ganó una elección nacional sin ser (todavía) un partido nacional en lo que se refiere a su cobertura territorial.
A pesar de su heterogeneidad y su perfil pos-ideológico, PRO puede ser catalogado como un partido de centro-derecha cercano a la tradición liberal-conservadora y al paradigma neoliberal (Morresi, 2015; sobre las encuestas a expertos, Sagar, 2009). Los datos sobre el particular son varios. En primer lugar, una parte importante de los votantes fundamentales de PRO es decir, los que tienen mayor capacidad para influir en la agenda partidaria (Gibson, 1996) provienen de otros partidos de derecha (Alessandro, 2009). Segundo, desde sus inicios PRO buscó alianzas con partidos (como el Partido Demócrata) y dirigentes políticos (como Jorge Sobisch) auto-identificados como de derecha o centro-derecha. Tercero, PRO está afiliado a la Unión Internacional Demócrata que agrupa a partidos conservadores de distintos países y tiene vínculos con las redes internacionales de think tanks de derecha como la Fundación Atlas (Fischer y Plehwe, 2013). En cuarto lugar, analistas políticos de medios de comunicación, dirigentes de partidos mayoritarios, e incluso algunos funcionarios de PRO coinciden en calificar al partido como “de derecha” o “centro-derecha” (Mora y Araujo, 2011). Mauricio Macri definió a su propia fuerza como “pro-mercado” (O'Donnell, 2011), lo que lo hace convergente con las ideas de derecha y centro-derecha tal como habitualmente son definidas en América Latina.
Pese a la presencia de estos elementos, la mayoría de los miembros de PRO se rehúsa a aceptar que su partido sea catalogado como de derecha por varias razones (Vommaro et al., 2015). Por un lado, debe considerarse la motivación pragmática: en Argentina, sólo el 20% de los ciudadanos se reconoce de derecha y PRO, como otros partidos modernos, procura situarse allí donde existe una mayor cantidad de votos potenciales, confiando en sumar electores de centro sin perder el apoyo de los de derecha (a los que espera mantener por escasez de otras ofertas y por su potencial de acceso al poder). Por otra parte, existen motivos ideológicos: entre los cuadros de PRO prima un rechazo a colocarse en el campo de la derecha que en Argentina está fuertemente asociado a autoritarismo (McGee Deustsch y Dolkart, 2001).
Como parte de su estrategia para alejar la imagen del partido del espacio de la derecha, PRO impulsó una identidad pos-ideológica. La mayoría de los cuadros de PRO se muestran muy enfáticos en posicionarse “más allá de la izquierda y la derecha” y que su desempeño “no tiene nada que ver con las ideologías”, propias de la “vieja política” (PRO, 2011). Se postula la construcción de una identidad “moderna” de la política ligada a la unidad y al consenso a través de una gestión seria, honesta y eficaz que permitiría la generación de condiciones para que todos participen de una suerte de carrera abierta al talento. La identidad pos-ideológica de PRO se tornó más clara a partir de 2013, cuando sus dirigentes comenzaron a presentarse como exponentes de una tercera vía. Al comienzo, el empleo del concepto era descriptivo: mostraba a PRO como una alternativa a los partidos tradicionales. Más adelante, se fue perfilando un ideario más acabado, centrado en la gestión y en ciertos valores (diálogo, libertad, solidaridad, eficiencia) con los que aspira no tanto a representar partes de la población (mayorías o minorías), sino a resolver los problemas de “la gente” a través de la búsqueda de consensos y la convergencia de los intereses públicos y privados (Devoto, 2014).
La idea de intereses privados y públicos trabajando al unísono tiene un rol destacado en el discurso de los líderes de PRO, para quienes el Mercado es una institución que genera un orden dinámico y eficiente, pero al mismo tiempo reconocen que podría resultar necesaria la acción del Estado en determinados espacios (Vommaro et al., 2015). Así, la sinergia entre Estado y Mercado impulsada por PRO es similar a la fórmula de la Economía Social de Mercado (ESM): tanto mercado como sea posible, tanto Estado como resulte necesario (Morresi, 2015; Van Hook 2004). En Argentina, el principal impulsor de la ESM fue Álvaro Alsogaray, líder de la UCeDe; sin embargo, la versión criolla de la ESM tenía algunas diferencias con el modelo original. Para Alsogaray los sindicatos argentinos no estaban en condiciones de asumir el rol activo que les adjudicaba la ESM debido a su poder político y al carácter distorsivo del mercado de sus actividades. A pesar de las diferencias entre las facciones que componen el PRO, hay una tendencia a coincidir con los postulados de la ESM del mismo modo selectivo que empleara Alsogaray (Morresi, 2015). Por un lado, se acuerda con que el Estado debe intervenir para corregir las fallas del mercado y reducir las desigualdades sin distorsionar los resultados de la competencia. Por el otro, se rechaza el postulado de la ESM de brindar mayor protagonismo a los sindicatos y se señala a las políticas (y políticos) populistas como una amenaza al desarrollo y a una sociedad libre y solidaria.
¿Qué diferencia a PRO de anteriores partidos de derecha? En primer lugar, que se construyó ab ovo con el objetivo de alcanzar el poder. Es un partido nacido para ganar, no una elite dedicada a aconsejar a los gobernantes o a ejercer una vigilancia moral y testimonial sobre la ciudadanía. Dada la centralidad de la victoria electoral en las prácticas de PRO, no es llamativo que la ideología ocupe un lugar menor que en experiencias anteriores de la derecha y la centro-derecha menos pragmáticas y animadas de identificaciones ideológicas rígidas (Vommaro et al., 2015). En este sentido, hay una ruptura respecto del pasado, en tanto se considera la competencia electoral como la única arena válida para definir autoridades y responsabilidades (Morresi, 2015). Se abandona así la idea de que los cenáculos de eruditos puedan o deban tener incidencia en la vida política nacional (como era habitual en el medio siglo anterior). De este modo, y a pesar de la destacada presencia de empresarios en puestos gubernamentales, PRO no es un partido de y para las elites, sino una fuerza política heterogénea en la que las elites tienen un rol destacado y que busca convencer a sectores más amplios sobre las bondades de una agenda liberal-conservadora.
En segundo lugar, y en parte como consecuencia de ese pragmatismo, PRO es una fuerza heterogénea en la que conviven políticos experimentados provenientes del peronismo, del radicalismo y de la derecha-liberal-conservadora a los que se sumaron figuras con trayectoria en el mundo del empresariado y el emprendedorismo, jóvenes de ONG y profesionales, técnicos y expertos sin mayor tradición política. Esta diversidad interna, sumada a la vocación de poder, permitió a PRO a presentarse como un partido pos-ideológico, capaz de dejar atrás la identificación de la derecha con el anti-peronismo y a través de pluralidad de prácticas y estrategias seducir a dirigentes y núcleos duros del electorado tradicionalmente peronista.
En tercer lugar, vale la pena señalar que PRO optó por una estrategia de construcción territorial a nivel local y provincial. Nació como un fenómeno metropolitano y, a golpe de incursiones electorales y de pactos con otras fuerzas, consiguió afincarse en otros territorios. Ello fue posible por el despliegue de prácticas propias de los partidos profesional-electorales (Panebianco, 1990). Esta tendencia había estado ausente en la mayoría de las derechas argentinas, convencidas de que el sentido general de la política debía ser de arriba hacia abajo, aunque sí estaba instalada en los conservadurismos populares, que llevaron su pragmatismo al punto de pactar con los partidos mayoritarios y subsumirse en ellos.
Las victorias electorales de la derecha en los últimos cien años en Argentina fueron escasas. En 1910 triunfó Roque Saénz Peña, en un marco político en el que el voto (masculino) estaba restringido de facto por la violencia y un contexto político más bien oligárquico. Luego las sucesivas presidencias identificadas con la derecha (Agustín Justo entre 1932-1938; Roberto Ortiz 1938-1942 y Ramón Castillo 1942-1943) están enmarcadas por la proscripción del radicalismo y por el recurso sistemático al fraude. La elección de 1995 que condujo a Carlos Menem a su segunda presidencia podría ser considerada como una victoria de la derecha, que debe ser complejizada y matizada por el hecho de que se trataba de una candidatura peronista. Es por eso que el triunfo de Macri en 2015 aparece como un rara avis puesto que cumple un sueño largamente postergado de las derechas argentinas: vencer en elecciones limpias a un candidato oficialista (y peronista). El esfuerzo ha de concentrarse entonces en tratar de explicar las razones de la victoria de una derecha partidaria que representa los intereses sociales de las clases medias y altas (y sobre todo de algunos sectores concentrados de la economía) y que tiene arraigo masivo. La clave del proceso parece residir en que PRO fue capaz de conseguir una parte significativa del voto popular porque ni formal ni discursivamente rechaza la identidad peronista (con independencia de los múltiples e incoherentes significados a ella atribuidos).
También importa destacar la heterogeneidad de PRO, que contrasta con la homogeneidad de las derechas argentinas tradicionales. Esa heterogeneidad debe ser entendida en sus múltiples implicancias: PRO no reconoce apenas una diversidad entre las identidades políticas de sus dirigentes y sus votantes, sino también en los intereses particulares que procura defender (que abarcan desde los sectores más concentrados del capital financiero hasta los pequeños productores agropecuarios y desde las empresas rentistas transnacionales hasta las cadenas de consumo masivo). En este mismo sentido, es preciso resaltar que la heterogeneidad interna de PRO ha servido para que se relajaran las tensiones ideológicas al interior de la derecha que, durante el siglo XX, solían estallar cuando las fuerzas de derecha accedían al poder. El análisis de las ideas de los dirigentes de PRO a través de encuestas, entrevistas, análisis de documentos y discursos muestra lazos con la tradición liberal-conservadora (Morresi, 2015). PRO dialoga constantemente con esa tradición, sin ser un mero emergente de ella puesto que hay suficientes aristas novedosas como para considerarlo un partido innovador.
La ausencia de una derecha electoralmente competitiva durante buena parte del siglo XX ha sido señalada como origen de males de larga data: golpes de Estado, falta de compromisos con la democracia, conflictos sociales poco o nada institucionalizados. Como señalamos, es difícil —y quizás imposible o inútil— tratar de desentrañar si la debilidad de las derechas partidarias es la causa de estos comportamientos o si el proceso debe ser entendido al revés. Lo que sabemos es que, en el siglo XXI, la derecha argentina ha apostado y ha ganado jugando a la democracia electoral. En un país con un largo historial de golpes de Estado, putschs palaciegos y procesos de desestabilización, se trata de una novedad que no debe ser desdeñada.
Para las próximas elecciones intermedias (en 2017) PRO se ha puesto como meta avanzar en la conquista de una porción del voto peronista. No obstante, debe cumplir con ese objetivo sin perder su capacidad para aglutinar al electorado no peronista con su leitmotiv republicano. Éste forma parte de la tradición liberal-conservadora y resulta fundamental para la identidad política en ciernes de PRO. Además, precisa llevar adelante estas tareas sin contar ya con el elemento de "novedad" como rasgo favorable. Para entonces cargará con el hándicap de ser un gobierno que (al menos durante su primer año de gestión) no ha podido mostrar resultados económicos positivos para amplios sectores de la población. En este sentido, el resultado de las próximas elecciones legislativas argentinas será un indicador importante con respecto al futuro de esta nueva derecha argentina, su capacidad para construir hegemonía y para contener a las fuerzas internas que la componen.
¿Cómo influyó la crisis de 2001 en la percepción de la opinión pública sobre la necesidad de un cambio político en Argentina?
¿Cuál fue la estrategia de PRO para atraer a votantes con ideas e intereses diversos? ¿Cómo crees que esta estrategia afectó su imagen en la opinión pública?
¿Cuál fue la reacción de la opinión pública ante la decisión de Mauricio Macri de declinar las invitaciones para postularse como candidato a presidente por el peronismo?
¿Cómo evaluó la opinión pública el desempeño de PRO en su debut electoral en 2003, a pesar de su derrota en el ballotage?
¿Cómo afectó la crisis partidaria de comienzos de siglo a la percepción de la opinión pública sobre la política en la CABA?
¿Qué impacto tuvo en la opinión pública la incorporación de políticos experimentados a PRO y la creación de un partido político con un enfoque más heterogéneo?
¿Cómo describirías la relación entre la identidad pos-ideológica de PRO y la opinión pública sobre los partidos políticos tradicionales en Argentina?
¿De qué manera PRO gestionó su imagen para atraer el voto peronista y cómo crees que esto influyó en la opinión pública sobre el partido?
¿Cómo interpretas la estrategia de PRO de presentarse como una tercera vía? ¿Cómo pudo esto afectar la percepción de la opinión pública sobre la polarización política?
¿En qué medida la estrategia de PRO de ofrecer una fórmula presidencial "pura" compuesta por dos porteños influyó en la opinión pública sobre su capacidad para representar a todo el país?
El síntoma Milei
Carlos Pagni – Nota de Opinión. EL PAÍS
Carlos, P. (2023, May 8). Libertad Avanza: El síntoma Milei | Opinión | EL PAÍS. Elpais. https://elpais.com/opinion/2023-05-08/el-sintoma-milei.html
La marcha de este candidato ha introducido un estado de tal perplejidad en la política argentina que todavía no están bien perfilados los interrogantes que plantea
Las investigaciones de la opinión pública insisten en que Javier Milei, el candidato de ultraderecha de la agrupación La Libertad Avanza, se ha convertido en el dirigente preferido por los argentinos. Ya superó un piso del 24% de intención de voto y todavía hay un 39% que “quizás lo votaría”. Según esos estudios se va configurando un escenario en el que Milei podría participar de una eventual segunda vuelta, posterior a las elecciones presidenciales que se celebrarán el próximo 22 de octubre. Este economista, que comenzó a popularizarse hace no más de cuatro años, avanza casi sin estructura territorial. Con la liturgia de un astro del rock, organiza concentraciones que él llama “recitales”. Predica consignas de la derecha más conservadora, afín a Vox, en España, o al bolsonarismo, en Brasil. La estridencia de este candidato llama la atención pero, acaso, impida observar el mar de fondo que lo impulsa.
La Argentina sobre la que se proyecta la figura de Milei no crece desde hace una década. Desde hace cinco años está envuelta en una crisis delicada: renegoció su deuda pero sigue al borde del default; la inflación anual ya superó el 110%; los ahorristas huyen del peso en busca de dólares, que no consiguen porque las autoridades bloquearon el mercado de cambios; el salario se pulveriza y la pobreza supera marcas del 40%. El efecto de estas miserias sobre el estado de ánimo no se debe sólo a la magnitud de las desviaciones. Es también importantísimo la duración del malestar.rremete contra las políticas sociales
El efecto principal de esta persistencia es que es imposible culpar a una sola fuerza política por el desastre. Gobernó Cristina Kirchner entre 2007 y 2015; le sucedió Mauricio Macri, entre 2015 y 2019, que es cuando llegó Alberto Fernández apoyado por la señora de Kirchner. Cambiaron los partidos pero se agravaron los problemas. Así se explica que la polarización kirchnerismo/antikirchnerismo, o macrismo/antimacrismo, que explicó la vida pública argentina desde hace, por lo menos, 15 años, vaya perdiendo vigencia. Muchos ciudadanos empiezan a creer que “los culpables son todos”.
Sobre este sentimiento trabaja Milei, que propone una nueva contradicción. Ya no se oponen la izquierda y la derecha. Ahora es la gente contra la dirigencia. Los de arriba y los de abajo. La música tiene un parecido con la que interpretaba Pablo Iglesias desde la ultraizquierda española de Podemos. La consigna es terminar con “la casta”. La letra, sin embargo, es la opuesta.
Milei fue radicalizando su discurso. Comenzó criticando el gasto público, en especial porque se financia con emisión monetaria, lo que alimenta la inflación y el consiguiente deterioro del salario. Después llevó su crítica al Estado y, un poco más allá, a la burocracia política. A veces roza una última frontera. Por ejemplo, cuando dice que los desbarajustes argentinos comenzaron en 1916, es decir, con la democratización del voto. O cuando confiesa que, en los ratos libres, arroja dardos sobre una foto de Alfonsín. Raúl Alfonsín asumió el poder en 1983, después de la horrorosa dictadura iniciada en 1976. Por eso en el país se lo considera el padre de la democracia contemporánea. Milei ataca el gasto, más tarde al Estado, un poco después a la política, y amaga con condenar al sistema democrático.
Es difícil saber si la simpatía que despierta en franjas cada vez más diversas de electores se inspira en estos argumentos o si, en cambio, se debe a que lo ven enojado. Enojado como ellos. Arriba del escenario, o en el set de TV cuando lo entrevistan, Milei se enfurece, grita, insulta. Promete utilizar una motosierra para terminar con casi todo.
La oferta de Milei se sostiene en dos soluciones más o menos mitológicas. Acabar con “la casta” y resolver el descalabro económico con una dolarización. Las incógnitas que plantea la realización de esos objetivos todavía están sin despejarse. Al parecer importa poco. Los análisis cualitativos de la opinión pública, basados en la interrogación de grupos focales, interpretan que ese discurso esconde un par de claves del éxito del candidato.
La condena de la clase política tranquiliza las consciencias de votantes a los que se les está diciendo que carecen por completo de responsabilidad por el calamitoso estado del país. Los culpables son los que mandan. Esa misma imputación separa a Milei del resto de los políticos. Los demás aspirantes a gobernar a partir de diciembre de este año insinúan, con sinceridad variable, los sacrificios que deberá hacer la ciudadanía para que se normalice la vida material. En cambio, el candidato de la ultraderecha sugiere que los que pagarán el costo son los políticos, que viven del Estado, que él se propone reducir. Los argentinos vivieron ya dos décadas escuchando las diatribas de un discurso que condena al mercado desde el tribunal de la política. ¿Está entrando ahora en el ciclo inverso? Desde el trono del mercado se condena a la política.
El mismo atractivo tiene la receta económica de Milei. El peso será abandonado y se adoptará el dólar. Los ajustes que demandaría el pasaje de una moneda a otra quedan envueltos en la bruma. Los argentinos que, para protegerse de la inflación, buscan dólares, con Milei tendrán dólares. ¿A qué paridad? Para esa respuesta hay que esperar. Este líder emergente tiene un modelo. Pero todavía no tiene un proyecto. Es decir, un modelo susceptible de ser implementado. Es curioso: a Cristina Kirchner, en un distribucionismo que se quedó sin dólares, le está pasando lo mismo.
Cuando irrumpió en la escena, Milei era visto como lo que es: un enamorado del mercado, cultor de un capitalismo sin regulaciones, que iría corroyendo la base del PRO, el partido de Macri, que forma parte de la coalición Juntos por el Cambio. Ese fenómeno se mantiene, en especial entre los jóvenes. Pero ha comenzado a convivir con otro. Milei está amenazando también la base del peronismo que lidera Cristina Kirchner.
Son sectores de clase media baja empobrecida. También allí la más atraída es la juventud. La seducción sobre esta franja electoral es novedosa y se puede explicar por varias razones. La primera ya se dijo: mucha gente apoya a Milei no por lo que dice sino por cómo lo dice. Expresa un enfado contenido. Una segunda: muchos de esos ciudadanos pobres hasta hace poco tiempo pertenecían a la clase media. Tiene ingresos de pobres, pero categorías políticas y culturales de su anterior instalación en la pirámide. La tercera hipótesis: el candidato ultraliberal le habla a una multitud de trabajadores de poca edad que autogestionan su economía a través de plataformas digitales. Son choferes, repartidores y cuentapropistas informales que pretenden que el Estado no interfiera en su forma de ganarse el pan. El despliegue de Milei hacia este universo electoral se explica también en que, atormentado por una crisis económica de desenlace incierto, el peronismo parece encaminarse a un desastre electoral.
Perplejidad política
La marcha de este candidato ha introducido un estado de tal perplejidad en la política argentina que todavía no están bien perfilados los interrogantes que plantea. El más acuciante: si Milei entrara a la segunda vuelta y resultara vencedor, ¿con qué estructura gobernaría? ¿Qué fuerza tendría en el Congreso? ¿A quiénes buscaría como aliados? Él mismo se está formulando estas preguntas. Por eso ya no dice que “la casta” es la clase política. Desde hace una semana cambió la definición: ahora son los que toman decisiones en contra de la gente. En realidad, comenzó a aclarar Milei, él no está contra una casta, sino contra el status quo.
La peripecia de este candidato todavía debe sortear varias barreras. Sobre todo una: quienes se identifican con él en las encuestas adhieren a todo lo que dice, no se preguntan cómo llegaría a concretarlo, pero se detienen ante un enigma: los recurrentes ataques de furia de Milei, ¿esconden mal una estructura más profunda de inestabilidad emocional? Otros detalles de la personalidad de este economista pueden ser parte del folclore. Por ejemplo, la influencia determinante de su hermana Karina, una tarotista que lo conecta con su perro muerto en la ultratumba.
Esos arrebatos del candidato son muy llamativos. Sugieren que Milei es una innovación pero, a la vez, un síntoma. Un síntoma inquietante de la sociedad que se está mirando en él. La Argentina ingresó hace 22 años en una traumática tormenta. Fue el colapso de la convertibilidad, un régimen de tipo de cambio fijo en el que cada peso prometía valer un dólar. El derrumbe de ese sistema arrasó también con la administración de Fernando De la Rúa. Multitudes enardecidas, sin liderazgo alguno, se movilizaban al grito de “que se vayan todos”.
Ese estallido fue la cuna de dos sujetos políticos que pretendieron cerrar el abismo entre representantes y representados. Fueron el kirchnerismo, como expresión dominante del peronismo, y el macrismo, como canal de participación de los sectores medios que se habían desencantado con el radicalismo. Ambas fuerzas protagonizaron, en agresiva competencia, el juego político de las últimas dos décadas. Hoy las dos presentan signos de agotamiento. Una evidencia: Cristina Kirchner y Mauricio Macri, sus líderes, son los dos políticos con peor imagen en todas las encuestas.
Milei interpela al electorado. Pero interpela también a la dirigencia peronista del Frente de Todos y a sus rivales de Juntos por el Cambio. El ascenso de la nueva derecha populista encontrará un límite si esos dos actores consiguen renovarse.
¿Cómo ha generado perplejidad en la política argentina la presencia y ascenso de Javier Milei como candidato de ultraderecha?
¿Qué opinión pública se ha construido en torno a Javier Milei como candidato preferido por los argentinos según las investigaciones?
¿Qué factores del contexto económico y social argentino podrían estar influyendo en el respaldo a Javier Milei como candidato?
¿Cómo se ha construido la imagen de Milei en la opinión pública a través de su estilo de discurso y la comparación con figuras políticas en otros países?
¿Cómo ha evolucionado la percepción pública sobre las fuerzas políticas tradicionales en Argentina debido a la persistencia de la crisis y los problemas económicos?
¿En qué medida la estrategia de Milei de criticar a la clase política y proponer una solución económica radical ha resonado en la opinión pública?
¿Cuál es el enfoque de Milei en su mensaje político en relación con "la casta" y cómo ha influido en la percepción de la opinión pública sobre él?
¿Cómo interpreta la opinión pública la propuesta de Milei de adoptar una dolarización como solución económica? ¿Qué incógnitas plantea esta propuesta?
¿Qué segmentos de la sociedad argentina parecen sentirse más atraídos por la retórica de Milei? ¿Cómo ha logrado conectar con diversos grupos de votantes?
¿Cuál es el impacto de la personalidad y los arrebatos de Milei en su imagen pública y cómo podría esto influir en su trayectoria política?
'Sociedad líquida'
Alberto, S. (2008, October 16). 'Sociedad líquida' | El Diario Vasco. Diariovasco. https://www.diariovasco.com/20081016/politica/sociedad-liquida-20081016.html#:~:text=Es%20una%20sociedad%20%27postmoderna%27%20que,pol%C3%ADtica%20y%20las%20ideolog%C3%ADas%20tradicionales. El sociólogo Zygmunt Bauman es el autor del concepto «modernidad líquida» para definir el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. Lo que antes eran nexos potentes ahora se han convertido en lazos provisionales y frágiles. Gipuzkoa empieza también a entrar en esa fase «líquida» y contradictoria a tenor del retrato que ofrece la encuesta divulgada ayer: una sociedad del bienestar, consumista, hedonista, en la que la dialéctica izquierda-derecha ha perdido intensidad, que conserva un amplio sentimiento nacionalista, pero que está cambiando su forma de vivirlo respecto a lo que era su actitud hace 20 años. El voto ya no es un ejercicio casi religioso de lealtad identitaria. Los nacionalistas pueden votar a un alcalde socialista o a Zapatero sin mayores traumas y los electores del PSE no se asustan con la posibilidad de una consulta. Una sociedad que se está desmovilizando, en gran medida como producto del cansancio por la violencia, y que ya no vibra como antes con el discurso del 'conflicto'. Es una sociedad 'postmoderna' que siente lo identitario, pero no lo ve de forma trágica, en la que prevalece la preocupación por el bienestar económico, y que constata una gran desafección hacia la política y las ideologías tradicionales. Los 'relatos' clásicos necesitan renovarse porque empiezan a agotarse ante las nuevas generaciones. La hiperpolitización del pasado en Euskadi pasa ahora su factura como un péndulo de reacción aunque a la vez se trate de un fenómeno estructural en Europa. La 'sociedad líquida', en la que ser flexible es una virtud, obliga a la política a transformarse si no quiere verse atenazada por la realidad mediática esculpida a diario en el escaparate rutinario de las imágenes y un individualismo del 'sálvese quien pueda'. Cuidado con que todo esto no se limite a ser un espectáculo efímero en el que la sensación y el corto plazo anulen al pensamiento. Vivimos una sociedad cada vez mejor formada, pero a la vez necesitada con urgencia de unos valores alternativos más fuertes; una sociedad cada vez más compleja y más híbrida.
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